Cernunnos, XIII

La larga residencia en Cernunnos comienza a tener efecto. Margo me pregunta a mí si un cierto trabajo está terminado y le enseño dónde están las endrinas, por qué hay un vaso en medio del camino a la huerta o cómo cortamos el pan. Hace falta una semanita para acostumbrarse a los hábitos de nuestra casa.

Por la mañana hemos seguido con el trabajo gallinero-wise. Como queremos verdaderas free-range chicken, hemos estado  limpiando toda una zona de zarzas malvadas con ayuda de la hoz y la guadaña. Por el camino había unas cuantas parras enmarañadas que hemos intentado salvar, aunque no lo hemos conseguido con todas. ¡Una incluso tenía uvas! Lo que quiere decir que hay esperanza para futuros vinos.

Mi ojo derecho ya está bien, pero gracias al trabajo de la mañana he ganado dos nuevas pupas: dos espinas de zarza bastante clavadas en los dedos de la mano. Con la ayuda de unas pinzas he conseguido sacarme una, pero la otra imposible y me cae justo en la yema del dedo gordo, por donde agarro el bolígrafo, y me está costando lo suyo escribir. Dice Andru que al cabo de un par de días sale la espina sola; será si no me la meto continuamente al escribir y currar, pero tengo esperanzas en mi sistema inmunológico.

Por la tarde me he entrado la proactividad y me he dedicado, con ayuda de Margo, a seguir pintando el techo de la casa de blanco. Hemos acabado un buen trozo y ahora la casa tiene más luz. :)

Mañana voy de nuevo a Monforte con los chicos* porque quiero enviar la carta que se me quedó sin enviar y es importante. Ya que salgo, probablemente aproveche para comprar un queso o dos para llevar a Barcelona. Un Cremosiño, que es un queso que hacen en Pontevedra y que en casa comemos mucho untado en pan. No es especialmente sabroso, pero sí muy cremoso y con un nombre guay. Seguro que mis compis de piso se sonríen. =)

* Al final no fui.

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